He leído este magnífico post de María Castrejón sobre los Goyas y no he querido dejar pasar la ocasión para reflexionar de como ocupamos las mujeres el espacio público. Me siento abochornada viendo como baja las escaleras Candela Peña evitando pisarse el vestido con esos imposibles tacones. Estas mujeres representan un ideal de belleza y de imagen que las reduce a mero ornamento. Donde las necesidades de sus cuerpos (libertad de movimiento, comodidad, contacto seguro y firme con el suelo ) pasan a segundo lugar anteponiendo la imagen exterior. Se convierten en objetos de decoración y su objetivo es complacer a los demás por encima de a sus necesidades y salud. Desde aquí invito a las actrices españolas a mostrar otra forma de estar y moverse por el mundo en sus apariciones públicas. ¿Habrá alguna integra que no se deje comprar por las grandes firmas de moda y joyería?
La mayoria de las mujeres nos sentimos incompletas, sentimos
una eterna instisfacción con nuestros cuerpos, con nuestras casas, con nuestras
vidas. Vivimos en una eterna búsqueda de la perfección olvidando que somos
perfectas tal y como somos. A menudo me pregunto como ha arraigado tan
fuertemente en nosotras la idea de que tenemos que ser perfectas. Me doy cuenta
de que una de las causas es el ideal de belleza vigente sostenido por los
medios de comunicación y creado por la industria cosmética.
Se nos muestran como perfectas a mujeres que han pasado por
las manos de un experto en maquillaje y han invertido tiempo, energía y mucho dinero
en conseguir ese aspecto. Por no hablar de los retoques con Photoshop en imagen
fija.
A dónde quiero llegar es a que la propia acción de
“arreglarse”, de maquillarse y de depilarse es la que crea en nosotras el
dualismo entre buen y mal aspecto.
El mensaje: “debes estar siempre impecable”, es una trampa
en sí mismo porque para poder depilarme necesito tener vello lo que provoca que
casi nunca esté “perfecta”. El efecto de estas trampas es que nos paralizamos,
las mujeres tenemos más dificultad para vivir espontáneamente ya que casi nunca
estamos preparadas. Y si actuamos a pesar de lo que digan, nos sentimos en la
obligación de dar explicaciones y pedir disculpas, “mira que pelos”, “no me ha
dado tempo a depilarme” y así desvaloramos la naturaleza perfecta de nuestro
cuerpo.
He visto mujeres en la peluquería con el cuero cabelludo
irritado por ponerse las mechas cada 10 días y a la peluquera diciendo: "tienes que
aceptar que no eres rubia". La base del problema está en que el ideal de belleza
que perseguimos no existe, está creado por la imaginación de personas
(mayormente hombres) muy ambiciosos, egoístas y poco empáticos.
Salir de la trampa. Desintoxicarse no es tarea de un día
pero yo albergo la esperanza de que es posible liberarse. Dejar de ver
televisión y revistas de moda ayuda mucho. Conocer nuestro cuerpo (mi agenda puede ser un paso) y usarlo como espacio de
reivindicación es otra poderosa herramienta para cambiar las cosas poco a poco
a nuestro alrededor. Vencer la vergüenza y la inercia de salir sin maquillar,
pasear por vestidor del gimnasio mostrando que no te depilas hasta el tuétano,
dejar esas canas mostrar que hemos vivido y aprendido.
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